Gabriel no había estimado un
número, una canción, el fragmento de un poema o una ciudad en particular para
distinguir una casualidad de otra. Cada una discurría sobre sí sin que pudiera reconocerla
con la inmediatez con que se imagina el mundo.
Aquella noche Gabo, así lo llaman
sus padres en casa desde muy pequeño pero nunca delante de sus tías, tomó un
baño por más tiempo de lo habitual. Fue para ir a ver al chico que le gustaba
en ese entonces. La cita era en Sagitario, una discoteca que detestaba así que
era raro verlo por ahí. Llegó a la fiesta en compañía de dos amigos y con más o
menos tres cuartos de crema para cuerpo y muchos menos bellos de lo que estaba
acostumbrado a ver sobre él.
Esa noche el chico esperado de
perilla definida jamás llegó. Unos días después Gabo recibió un e mail con un lo siento por el plantón. Gabo nunca más quiso saber de él; sin embargo eso no fue así.
Luego de una larga espera había
entendido que la fiesta estaba ahí y que no era parte de ella, por eso decidió
que era momento de volver a casa. Sus amigos creyeron lo mismo y fueron por un
taxi. De pronto notaron que se habían quedado con solo un billete bastante
grande para un taxista a medio amanecer, así que volvieron por la última
cerveza.
Mientras tanto alguien más estaba
en la fiesta en busca de la cogida de la noche en algún rincón del local o tal
vez en sus siempre ocupados baños luego de regar la pista de baile de cerveza.
Lo extraño de las casualidades es
que las descubres mucho tiempo después, cuando haces de la probabilidad, metafísica para dar cuenta de tus angustias o fijaciones.
Las circunstancias habían obligado
a Gabo a volver a la fiesta, él decidió esperar en medio de la gente mientras sus amigos
fueron por la última cerveza. De pronto sintió un empujón por la espalda al que
hizo caso como si el instante estuviera destinado a ser congelado en el tiempo
y en su mente.
Es muy peligroso creer que la casualidad
trae consigo un mensaje. Y mucho más peligroso si se cree que ese mensaje
encierra una promesa de amor. Gabo no lo sabía aún hasta mucho tiempo después,
cuando Tamara le habló de las seis casualidades que estuvieron alrededor del
surgimiento del amor de Teresa por Tomas y viceversa. De esta manera Gabo buscó
explicar su fijación por el chico que conoció al volver a la fiesta, al no aparecer la persona que esperaba por un
percance, cuando se dieron cuenta que traían un billete demasiado grande para
pagar al taxista y cuando sus ánimos bordeaban el suelo mojado por la cerveza de la discoteca en un instante
donde no hoyó música alguna, sino la cínica voz con que le preguntó:
- ¿Nos conocemos?
Dermesto
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