lunes, 28 de enero de 2013

Té para Tres


El fantasma en la ducha

Luego del tercer polvo y envueltos por las pobres sábanas del Paraíso el amante se quedó dormido. Gabo no dejó de mirarlo con ternura pues se mostraba como un niño aferrado a sus sueños: egoísta y confiado. De pronto notó que debía protegerlo del frío y lo cubrió con el resto de la sábana. Inmediatamente después de esta expresión protectora sintió una gran culpa por disfrutar de ese instante al lado de un extraño.

Temblaba de miedo por los reproches que su ex le propiciaba con violencia. Estaba muy asustado y no sabía cómo protegerse de la vergüenza. Su mirada había sido cubierta de lágrimas que le ayudaron a ver con mayor claridad, el sujeto que miraba con tanta ternura y placer no era a quien amaba. Verse descubierto como víctima de un amor trunco, lejano y doloroso, por su amante eventual lo arrastró a un cuadro de pánico. A penas pudo darse cuenta que la luz de las diez de la mañana había despertado a su amante corrió al baño a esconderse.

Una vez dentro y aparentemente a salvo el fantasma de su ex no desparecía, entonces abrió la llave de la ducha con tanta fuerza como para que la presión del agua pudiera largarlo por el sumidero. Sin embargo Andrés, así se llama su ex,  no estaba en ningún lado donde el agua pudiera alcanzarlo. Estaba en su mente y su corazón.

Expliquemos el miedo de Gabo.

Gabo había pasado la noche con un sujeto a quien no conocía y disfrutó de su compañía. Esto no podría ser sino una actividad rutinaria para muchas personas, sin embargo como a otras tantas también, Gabo experimentaba el sentimiento de su no valía como ser amado, pues en el fondo temía que la promesa de amor válido de un hombre hacia él estaba en constante peligro. El amor condicionado de su padre peligraba en cada posible vínculo amoroso que construía en sus proyecciones al lado de otro hombre. Su homofobia calada en su alma atravesaba sus esperanzas de libertad y su propio proyecto político.

El fantasma de su ex no era otra cosa que el fantasma de su propio padre que laceraba con su propio proyecto de vida heterosexual para él, lo que le provocaba culpa cada vez que descubría en un sujeto una posible fuente a amor.

No es que Gabo no disfrutase del sexo con otros hombres, Gabo no soportaba la posibilidad de perder el amor de su padre por el amor de otro hombre.

Curiosamente la fijación que posee por la figura masculina reposa sobre los rasgos de personalidad más criticadas hacia su padre. Cada vez es una afrenta a él. La esperanza de poder volcar sus prejuicios en sensatas afirmaciones para aceptar la vida homosexual de su hijo.

Gabo todavía no entendía que la culpa que surgía ante la posibilidad desarrollar amor hacia otro hombre la superaría en cuanto supere el miedo de perder el amor de su padre.

El amante corrió desnudo para alcanzarlo sin entender el porqué de la huida de Gabo. Tocó la puerta y preguntó si estaba bien, pero Gabo no podía responder, porque odia tanto mentir como aceptar que la pasaba muy mal. También era consciente que no podría quedarse encerrado el tiempo que necesitase para recomponerse, así que tomó su máscara y salió para actuar para un único espectador.

Una vez vestidos intercambiaron números y correos; entonces Octavio, así es como supo que se llama su amante de la noche, hizo una llamada a su madre que ya estaba preocupada por él. Gabo registró la llamada para analizarla en profundidad. Entendió que no había pasado la noche con el rival de su padre, sino con su propio hermano, alguien con quien disputaba los juguetes.

Una vez fuera del hostal del pasaje García Calderón se despidieron como lo hacen un par de estudiantes peleados por un pupitre; luego Gabo fue a tomar un jugo de naranjas pero guardo con fijación  lo ocurrido.

Dermesto.

domingo, 27 de enero de 2013

Té para Tres

Encuentro casual

Gabriel no había estimado un número, una canción, el fragmento de un poema o una ciudad en particular para distinguir una casualidad de otra. Cada una discurría sobre sí sin que pudiera reconocerla con la inmediatez con que se imagina el mundo.

Aquella noche Gabo, así lo llaman sus padres en casa desde muy pequeño pero nunca delante de sus tías, tomó un baño por más tiempo de lo habitual. Fue para ir a ver al chico que le gustaba en ese entonces. La cita era en Sagitario, una discoteca que detestaba así que era raro verlo por ahí. Llegó a la fiesta en compañía de dos amigos y con más o menos tres cuartos de crema para cuerpo y muchos menos bellos de lo que estaba acostumbrado a ver sobre él.

Esa noche el chico esperado de perilla definida jamás llegó. Unos días después Gabo recibió un e mail con un lo siento por el plantón. Gabo nunca más quiso saber de él; sin embargo eso no fue así.

Luego de una larga espera había entendido que la fiesta estaba ahí y que no era parte de ella, por eso decidió que era momento de volver a casa. Sus amigos creyeron lo mismo y fueron por un taxi. De pronto notaron que se habían quedado con solo un billete bastante grande para un taxista a medio amanecer, así que volvieron por la última cerveza.

Mientras tanto alguien más estaba en la fiesta en busca de la cogida de la noche en algún rincón del local o tal vez en sus siempre ocupados baños luego de regar la pista de baile de cerveza.

Lo extraño de las casualidades es que las descubres mucho tiempo después, cuando haces de la probabilidad, metafísica para dar cuenta de tus angustias o fijaciones.

Las circunstancias habían obligado a Gabo a volver a la fiesta, él decidió esperar  en medio de la gente mientras sus amigos fueron por la última cerveza. De pronto sintió un empujón por la espalda al que hizo caso como si el instante estuviera destinado a ser congelado en el tiempo y en su mente.

Es muy peligroso creer que la casualidad trae consigo un mensaje. Y mucho más peligroso si se cree que ese mensaje encierra una promesa de amor. Gabo no lo sabía aún hasta mucho tiempo después, cuando Tamara le habló de las seis casualidades que estuvieron alrededor del surgimiento del amor de Teresa por Tomas y viceversa. De esta manera Gabo buscó explicar su fijación por el chico que conoció al volver a la fiesta,  al no aparecer la persona que esperaba por un percance, cuando se dieron cuenta que traían un billete demasiado grande para pagar al taxista y cuando sus ánimos bordeaban el suelo mojado por  la cerveza de la discoteca en un instante donde no hoyó música alguna, sino la cínica voz con que le preguntó:

- ¿Nos conocemos?

Dermesto