domingo, 19 de febrero de 2012

Humberto: Entre el deseo sexual adolescente y el poder del adulto

¿Alguna vez te enseñaron cuando niño a no hablar con extraños? Yo era uno de esos niños. Uno que había aprendido a no hablar con ellos. Pero llegado los diecisiete y algo alejado de las enseñanzas de papá y mamá, me animé a dejarme sorprender por el primer abordaje que tuve de parte de un hombre de más o menos cuarenta años en la custer que me transportaba rumbo a mi clase en la academia de la avenida Arequipa, un viernes por la mañana. Era un sujeto viril, de porte atlético, piel morena y bigote. Llevaba unos lentes que le daba un aspecto poco correcto y deseable. A los diecisiete, en pleno proceso de superar la anorexia mi cuerpo aún se mostraba andrógino.

Todavía recuerdo cómo sucedió. Como de costumbre había tomado una custer de la línea Cinco Continentes, la famosa “5C” que hace un recorrido de Villa maría del Triunfo pasando por Miraflores, Lince, Cercado, San Juan de Lurigancho llegando a Jicamarca. No había mucho lugar dónde ubicarme, así que a donde fuese siempre sería incómodo. Antes di un recorrido visual para saber quiénes compartían conmigo la incomodidad. Ese ejercicio me había obligado a fijarme en la presencia de este sujeto: Humberto. Su nombre lo supe poco después, en el trayecto.

¿Qué ocurre con los cuerpos adolescentes? ¿Son todos ellos erotizantes para aquellos hombres “adultos” que practican su homoerótica? ¿Estará vinculado a la necesidad y oportunidad de ejercer poder sobre el desarmado adolescente? ¿Qué le espera al muchacho en este tipo de encuentros? ¿Qué le espera al adulto?

En principio es necesario reconocer que todo acto nuestro está bajo la mirada del otro y del otro a través de nosotros mismos. Nos miramos desde nuestras conciencias que también es la de los otros, aunque creamos que es muy auténtica. Los otros nos miran desde sus prejuicios y las instituciones.

Desde el 2006 las relaciones con adolescentes mayores de 14 años y menores de 18 también son penalizadas y consideradas atentados contra la indemnidad sexual. Lo que significa que el “consentimiento” del menor con este rango de edad queda anulado y él queda bajo el amparo de las instituciones judiciales y las normas. Las penas pueden ser y parecer desproporcionales si nos planteamos las mil y un situaciones bajo las cuales se desarrollan los posibles encuentros.

El mío no fue particular, seguramente. Humberto me vio en la custer que me llevaba a la academia de verano. Notó que había llamado mi atención y supo qué hacer. Me abordó feminizándome tomando cierto cuidado en su indiscreta forma de hacerlo conmigo y discreción para con los otros, sobre todo con las otras. Me dijo que le parecía atractiv”a” (siempre en femenino); y preguntó si me gustaría conocerlo. Que él no era una persona aventada, pero que yo lo había movido para atreverse. Estas palabras para alguien que está rumbo a la academia con 17 años y sin experiencia sexoafectiva previa podría constituir la oportunidad para alcanzar sus anhelos de ser percibido como un ser deseable sexoafectivamente o un desafío a su capacidad para verse así mismo libre sexualmente frente a otro. Pensarse desnudo y libre.

Yo acepté la propuesta de Humberto. Él sugirió todo. Tenía que estar a las 2.00 pm en punto en la cuadra cinco de la misma avenida.

Ya en clase… No recuerdo una sola frase de mis profesores. Estaba nervioso. Tenía mil temores. Mi imaginación jugaba conmigo cada instante. Me retrataba situaciones surreales y fatalistas. Temía ser descubierto, ser violentado… También sentía culpa de lo que haría.

Ese día en los intermedios de cada clase yo era otro y trataba de no dejar notar mis nervios. Al finalizar la clase, como nunca, salí con prisa y caminé pesadamente y con dificultad por los temblores en las piernas. Sentía que la gente que me miraba de frente sabía lo que haría. Yo deseaba experimentar el momento. No era Humberto, pudo haber sido cualquier otro. Era una necesidad mía y los fantasmas también eran míos. Aprisionaban mi conciencia adolescente alimentada por discursos tradicionales que vinculan el deseo carnal con lo abyecto y lo deshonroso. Así me sentía con cada paso que daba.

Una vez frente a él, con 20 minutos de retraso y sin poder calmar el temblor de mis piernas. Lo primero que recibí a modo de bienvenida fue una llamada de atención. Debo comportarme lo más “masculino” posible cuando camine al lado de él. Debo guardar postura y compostura frente a la mirada de los otros y las otras. No desea que noten para qué nos citamos. No desea que noten que él me desea. (Algunas veces todavía es así).

Caminé tras de él con dificultad rumbo a la avenida Arenales. El trataba que mantuviéramos el mismo ritmo. Llegamos a un edificio al lado de consecutivos chifas. Un enorme pasillo, un ascensor; entonces él fue amable y por fin preguntó: -¿Cómo estás? También dijo: -Creí que ya no llegarías. El temblor de mis piernas logró contagiar mi cuerpo entero. Entonces me besó. Creo que buscaba relajarme a través de sus besos y así fue.

Las relaciones sexuales también son mediadas por el poder. El poder de hacer que las almas se liberen o el poder de aprisionarlas por completo.

Era todavía 2002, así es que mi encuentro sexual “consentido” no fue peligro para Humberto que también estaba aprisionado por la censura del adultocentrismo que concibe la sexualidad como un ejercicio de libertad garantizado por un DNI. Actualmente un adulto que tiene un encuentro sexual con un menor de edad de este periodo adolescente, comete un delito repudiable. Las figuras punibles son la de seducción, actos contra el pudor y la violación sexual.

Pero no caigamos en perspectivas individualistas. Habíamos dicho que todo encuentro sexual encierra en sí un ejercicio de poder. Pensar el ejercicio de la libertad sexual como bien jurídico y legítimo derecho de las personas, no supone necesariamente alcanzar la mayoría de edad legalmente reconocida, sino lograr capacidades y condiciones que cada persona debe poseer para involucrarse en un proceso de negociación del cómo se materializa el deseo sexual, la erótica de uno en relación al otro y viceversa.

Debo reconocer que la perspectiva con que se construyen las normas en este país es heterosexual, así que muchos casos de grave delito contra menores de edad por personas de su mismo sexo quedan atrapados en el prejuicio de la heteronorma que convierte en ciego a la Ley, en víctima al menor y en impunidad al delito.

Ahora, ya pasado los años, hubiera deseado que haya otras condiciones en mí y en el entorno para amar por ese único instante el cuerpo de Humberto. Luego de ello y a pesar de haberme dejado su número de telefóno (yo tendría el mío propio varios años después) no volví a verlo salvo alguna vez por la casualidad que entrecruza las alocadas custers en la avenida Arequipa.

Por eso tal vez cuando niño no hablabas con extraños, pero llegado el fin de la adolescencia y entrada la juventud comienzas a acostarte con ellos.

Dermesto

Pd. Para mayor información en cuanto a los delitos contra la indemnidad sexual de adolescentes mayores de 14 y menores de 18, puedes consultar el completo y breve artículo de José Balcázar Ángeles en: http://blog.pucp.edu.pe/item/26603/apuntes-en-torno-al-delito-de-violacion-sexual