viernes, 11 de mayo de 2012

Besos que damos, besos que odiamos


"En sí, la homosexualidad está tan limitada como la heterosexualidad: lo ideal sería ser capaz de amar a una mujer o a un hombre, a cualquier ser humano, sin sentir miedo, inhibición u obligación."
(Simone de Beauvoir)


Mientras Mauricio, mi joven amigo gay de solo diecinueve años, me explica las percepciones de los gais jóvenes  en la Lima actual, había logrado que evoque ese sentimiento hoy reprimido. Yo consumo el clásico bon-bon, mientras él toma el incomprendido tornado. Acabo de descubrir que me gusta el sabor tierno de este frío chocolate.

Mauricio me cuenta cómo es que aún guarda cierta fijación por un amante suyo que conoció a los diecisiete. Su amante poseía ya 30 años pero le había dicho en ese entonces que sólo tenía 25. La verdad la sabría poco tiempo después cuando conoció al amigo. Entonces recuerda varias escenas de su fugaz relación. Luego recuerda con claridad que le había contado, mientras miraban la luna llena y Marte recostados sobre algún parque en San Roque luego de besarse protegidos por los altos árboles, que tenía un amigo que salía con un seminarista y que ambos se saludaban y despedían con un beso en la boca cada vez y sin temor a ser sancionados por los demás en la vía pública. Hasta ese entonces los besos que se daban no salían de la privacidad de la cabina, el cuarto oscuro, el hotel polvoriento, la oscuridad de los pasajes o la discreción de la madrugada a la salida de la disco.

No puedo evitar recordar esos besos tempranamente nocturnos en el paradero de la custer. No puedo evitar recordar las tomadas de mano en el Jirón de la Unión. La cínica provocación para despertar los celos en el otro mientras los demás observan nuestras calmadas peleas. O la cita en el cine misio con tal de estar juntos. Recuerdo que él deseaba engordarme como la malvada a Hansel o a Gretel. Yo no oponía resistencia aquella vez.

¿Por qué un joven gay limeño le sorprende besar a su amante en la vía pública de cara al mundo, aún? Me parece primitivo. ¿Cómo es posible que luego de años de educación en derechos humanos, todavía no podamos interiorizar un derecho tan pequeño y a la vez tan elemental? La gente exige trabajo, salud, educación y tarjetas de crédito, pero si bien todo ello lo podemos encontrar en el mercado de bienes, la sola idea de hacer de nuestros besos acciones públicas nos estremece. Agita nuestros corazones y nos devuelve al clóset.  ¿Nos hemos olvidado acaso de demandar el derecho a existir tal cual somos, sentimos, deseamos o amamos? Me parece precaria y paupérrima toda forma de vida que se niegue a sí misma.

Pero Nicky, el chico de la barra de la discoteca La Cueva de la Av. Aviación, me explica mientras espero a mis demás amigos para celebrar el cumpleaños de Francis, una amiga transgénero, que a pesar de que toda su familia sabe que es gay, con excepción del padre, y tener un novio activista por los derechos sexuales, todavía teme besar a su pareja en algunos lugares. Explica que le genera temor  la posibilidad de ser víctima de los ataques de algún grupo homofóbico en algún lugar. Entonces dice: -“Por ejemplo no me besaría en un lugar como Barrios Altos. Y no por prejuicio de ser una zona pobre, sino porque no estoy seguro qué pueda pasar ahí…pero si estamos en un lugar seguro no tengo problemas”. Alude al lugar conocido por su fama de violencia entre sus calles.

Esta respuesta es mucho más que comprensible luego del asesinato a Daniel Zamudio  en Chile. Entonces aquello que se nos presenta como necesidad o deseo es aprisionado por el fantasma de la homofobia de los otros. Pero habíamos señalado en la ‘nota libre’ anterior que es necesario reconocer que todo acto nuestro está bajo la mirada del Otro y del otro a través de nosotros mismos. Nos miramos desde nuestras conciencias que también es la de los otros… Poseemos una conciencia homofóbica que nos aprisiona, entonces. Aprisiona nuestra alma y nuestras acciones. Las recubre de un velo culposo. Una culpa por desobedecer las lecciones de papá y mamá que se habían esmerado en hacer de mí un “buen hombre”. Y un buen hombre tenía que ser heterosexual. Lamento tener que reconocer que papá y mamá, eran solo instrumentos del gran Otro, es decir el que domina la conciencia de los otros, nosotros.

Entonces recuerdo nuevamente las palabras de Mauricio que ha iniciado su proceso de cuestionar ese por qué debo ocultarme para besar a mi amante. Y la respuesta de Nicky que debe ocultarse de esos agentes de vigilancia y resguardo de la heterosexualidad como mandato moral. También recuerdo los besos del seminarista que vivía su “rebeldía”, porque quienes lo vigilaban estaban enclaustrados. Me toca reconocer que estoy desilusionado de la modernidad de Lady gaga y Rihanna. Se ama este mundo que nos odia.  Esos besos que damos y que odiamos, porque no hemos terminado de reconocernos como seres libres y responsables de nuestros actos y de nuestros besos. Porque cuesta tanto lograr re-aprender a amar sin sentir miedo, inhibición u obligación.

Dermesto

Pd.1. Esta nota libre tiene una segunda parte…
Pd.2. Agradecer la fotografía de Sofía Pichihua tomada de http://sientemag.com