domingo, 26 de agosto de 2012

Heteroflexibles: anónimos y poderosos



Alguna vez te preguntaste ¿cuáles son los límites de la amistad? Recuerdo que en medio de la chacota escolar amigas y amigos nos planteábamos religiosamente las enseñanzas del catecismo cristiano: “Dios dijo compartir”. Entonces nos movía la obediencia e imaginar compartir al amante menos a la pareja. Porque estamos prohibidos de desear la mujer del prójimo, pero no al marido de ella.

La vez que Andrés fue invitado a ser testigo del matrimonio de una de sus mejores amigas del colegio, jamás imaginó que también conocería a su amante y luego quien sería su pareja por un atormentado tiempo. Ella había depositado su confianza en Andrés para que atestigüe su unión con el hombre que amaba y sería el padre de su hija. Lo que no imaginó es que el hombre que amaba también gustaba de la estrechez de las nalgas y el corazón de otro hombre. Esa noche en la ceremonia mientras se firmaba el acta ambos se reconocieron y se sonrieron imaginando hacia dónde les conduciría esta pequeña simpatía. Se hicieron rápidamente amigos con ayuda del espumante champagne, más tarde él no dormiría con ella sino con él. A la mañana siguiente ella se preguntó ¿qué ocurrió? Nadie se lo dijo. Lo cierto es que pasaron varios años para que esa pequeña simpatía terminase.

El amante de Andrés y esposo de su amiga no se reconoce como bisexual. Él solo se cogía a Andrés. Y sólo a él. Aunque su lista de contactos de messenger, podría darnos luces de otra situación. Andrés se había topado con un heteroflexible. Ellos suponen que su práctica homosexual es un instante fugaz sin memoria ni remordimiento en su vida.

Hace un par de años Javier me contó que la vez que tomamos el taxi en grupo a la salida de la fiesta de aniversario de la asociación, y luego de que cada quien bajase en su paradero, siendo él quien se quedase solo hasta el final de la ruta, decidió aceptar la sugerencia del taxista de poco más de cincuenta años. Esa noche el taxista dejaría de trabajar para tener una noche apasionada con Javier en un hostal en Villa el Salvador. La cama era redonda y las sábanas de rojo puteril. Javier contó con lujo de detalle cada uno de sus movimientos. Y también del amante. El tamaño del pene, las venas salientes de cada parte de su cuerpo, las cicatrices de sus cortes profundos de las peleas de cuando estuvo en prisión. Los gemidos. Cada una de las posiciones. Los gritos y rasguños… Todo me fue ilustrado. También confiesa haber sentido miedo en el trayecto rumbo al hostal, la primera noche. Cada vez se alejaba más de las calles y avenidas que más o menos podría reconocer. Pero esa noche el morbo y la búsqueda de placer sexual pudieron más.

Esa noche el taxista encendió la televisión y puso algo de porno heterosexual para encender motores. Preguntó el nombre de su acompañante nuevamente. Javier se molestó por creer que había olvidado el suyo cuando había transcurrido solo algunos minutos de habérselo dado en el auto. No. El taxista no quería saber su nombre, sino su “identidad”. El taxista supuso que Javier esa noche debía ser una mujer para él. Javier se incomodó, pero fingió actuar como una chica. Entonces esa noche se llamó Alejandra. Y tuvo un nombre diferente en adelante para cada ocasión.

Una de las tantas noches de encuentro el taxista recibió una llamada de parte de su hija de veinticinco años, un año menor que el mismo Javier. El taxista también habló con su delicada esposa incluso con su nieta. Se trataba de un abuelo engreidor de familia que prometía llegar a casa temprano para cantarle el Feliz cumpleaños a su esposa junto a toda su familia. Javier entendió que las mágicas noches de su performance femenino se habían agotado. Su amante taxista, antes un comerciante en quiebra del pesquero que se dedicó al proxenetismo en su juventud; aquel que había compartido el secreto de las bondades de las flores amarillas para las putas, dejó de ser el amante para reconocerlo como heteroflexible.

Algunos heteroflexibles no reconocen que tienen en frente  a otro hombre, así que necesitan desarrollar un mecanismo de “mujereamiento” con el cual dotar de existencia mujeril a su amante y así crear una “realidad” para su encuentro sexual sin que se vea cuestionada ni su práctica ni su identidad.

Ahora a mí…

El fin de semana pasado coincidí con una vieja amiga de alguno de mis trabajos anteriores en el viejo bar de Ciro del Centro de Lima. Ella ya no salía con el chico que conocí en aquella época. En cambio la acompañaba uno a quien ella señalaba como el verdadero amor de su vida. El sujeto que la entiende por completo. Quien la hace sentir una mujer “verdadera”. Lugo de unos tragos y aprovechando el que ella fuera al baño, como quien interrumpe la conversación, él se apresuró en señalar que para él el amor es libre y podría amar a una mujer como a un hombre. Entonces intenta besar a mi amigo que estaba frente a él, ambos separados por la mesa, y luego a mí que estaba a su lado derecho.

La noche nos condujo a todos a la discoteca Vichama de la Plaza San Martín y en medio de los tragos y el baile por la mágica letra de Calamaro, él decide acercarse demasiado a mí. Baila con el ánimo de provocarme. Creo que es un juego. Luego ya no parece tanto. Procura besarme y ella advertida interrumpe el baile y comienzan los reproches. El escándalo en la fiesta es inevitable.

Ella ha decidido bailar con otros chicos y él como si no le importase vuelve a bailar junto a mí. Me abraza. Entonces le pido que no me cague la noche y que se aleje. El responde cínicamente que si bien ama a su chica, por qué estaría mal que también le guste.

Unos días después escribo a la vieja amiga para saludarla y saber cómo anda. Se apresuró en responder que había hablado con su chico y que ya había resuelto el “mal entendido”. Que deberíamos volver a vernos y volver a pasar una “súper noche”. Me agrada la idea, pero extrañamente ya no somos amigos en facebook y no puedo encontrarla con ayuda del buscador.

Otros heteroflexibles nos presentan una jerarquía en el arte de amar. Amo a una mujer y me puede gustar otro hombre. Con ello la relación está planteada. La heterosexualidad es dominante en su práctica y la homosexualidad se ve como un momento de transgresión más no como otro proyecto de vida. Cínicamente el macho vuelve a hacer gala de su poder. El poder de hacer de su deseo su voluntad.

Todavía no me queda claro si el heteroflexible que presento sea ese sujeto que nombramos entre la chacota subversiva o es más bien un heterosexual ortodoxo que ejerce el poder de poder permear sin ser permeado. Por lo general son anónimos y juegan bajo las reglas del clóset. Tal vez gozamos bajo este tipo de dominación o creemos manejarnos en ella sacando un provecho concreto y circunstancial. Tal vez el heteroflexible no sea este perverso sino un curioso.

Dermesto.

viernes, 11 de mayo de 2012

Besos que damos, besos que odiamos


"En sí, la homosexualidad está tan limitada como la heterosexualidad: lo ideal sería ser capaz de amar a una mujer o a un hombre, a cualquier ser humano, sin sentir miedo, inhibición u obligación."
(Simone de Beauvoir)


Mientras Mauricio, mi joven amigo gay de solo diecinueve años, me explica las percepciones de los gais jóvenes  en la Lima actual, había logrado que evoque ese sentimiento hoy reprimido. Yo consumo el clásico bon-bon, mientras él toma el incomprendido tornado. Acabo de descubrir que me gusta el sabor tierno de este frío chocolate.

Mauricio me cuenta cómo es que aún guarda cierta fijación por un amante suyo que conoció a los diecisiete. Su amante poseía ya 30 años pero le había dicho en ese entonces que sólo tenía 25. La verdad la sabría poco tiempo después cuando conoció al amigo. Entonces recuerda varias escenas de su fugaz relación. Luego recuerda con claridad que le había contado, mientras miraban la luna llena y Marte recostados sobre algún parque en San Roque luego de besarse protegidos por los altos árboles, que tenía un amigo que salía con un seminarista y que ambos se saludaban y despedían con un beso en la boca cada vez y sin temor a ser sancionados por los demás en la vía pública. Hasta ese entonces los besos que se daban no salían de la privacidad de la cabina, el cuarto oscuro, el hotel polvoriento, la oscuridad de los pasajes o la discreción de la madrugada a la salida de la disco.

No puedo evitar recordar esos besos tempranamente nocturnos en el paradero de la custer. No puedo evitar recordar las tomadas de mano en el Jirón de la Unión. La cínica provocación para despertar los celos en el otro mientras los demás observan nuestras calmadas peleas. O la cita en el cine misio con tal de estar juntos. Recuerdo que él deseaba engordarme como la malvada a Hansel o a Gretel. Yo no oponía resistencia aquella vez.

¿Por qué un joven gay limeño le sorprende besar a su amante en la vía pública de cara al mundo, aún? Me parece primitivo. ¿Cómo es posible que luego de años de educación en derechos humanos, todavía no podamos interiorizar un derecho tan pequeño y a la vez tan elemental? La gente exige trabajo, salud, educación y tarjetas de crédito, pero si bien todo ello lo podemos encontrar en el mercado de bienes, la sola idea de hacer de nuestros besos acciones públicas nos estremece. Agita nuestros corazones y nos devuelve al clóset.  ¿Nos hemos olvidado acaso de demandar el derecho a existir tal cual somos, sentimos, deseamos o amamos? Me parece precaria y paupérrima toda forma de vida que se niegue a sí misma.

Pero Nicky, el chico de la barra de la discoteca La Cueva de la Av. Aviación, me explica mientras espero a mis demás amigos para celebrar el cumpleaños de Francis, una amiga transgénero, que a pesar de que toda su familia sabe que es gay, con excepción del padre, y tener un novio activista por los derechos sexuales, todavía teme besar a su pareja en algunos lugares. Explica que le genera temor  la posibilidad de ser víctima de los ataques de algún grupo homofóbico en algún lugar. Entonces dice: -“Por ejemplo no me besaría en un lugar como Barrios Altos. Y no por prejuicio de ser una zona pobre, sino porque no estoy seguro qué pueda pasar ahí…pero si estamos en un lugar seguro no tengo problemas”. Alude al lugar conocido por su fama de violencia entre sus calles.

Esta respuesta es mucho más que comprensible luego del asesinato a Daniel Zamudio  en Chile. Entonces aquello que se nos presenta como necesidad o deseo es aprisionado por el fantasma de la homofobia de los otros. Pero habíamos señalado en la ‘nota libre’ anterior que es necesario reconocer que todo acto nuestro está bajo la mirada del Otro y del otro a través de nosotros mismos. Nos miramos desde nuestras conciencias que también es la de los otros… Poseemos una conciencia homofóbica que nos aprisiona, entonces. Aprisiona nuestra alma y nuestras acciones. Las recubre de un velo culposo. Una culpa por desobedecer las lecciones de papá y mamá que se habían esmerado en hacer de mí un “buen hombre”. Y un buen hombre tenía que ser heterosexual. Lamento tener que reconocer que papá y mamá, eran solo instrumentos del gran Otro, es decir el que domina la conciencia de los otros, nosotros.

Entonces recuerdo nuevamente las palabras de Mauricio que ha iniciado su proceso de cuestionar ese por qué debo ocultarme para besar a mi amante. Y la respuesta de Nicky que debe ocultarse de esos agentes de vigilancia y resguardo de la heterosexualidad como mandato moral. También recuerdo los besos del seminarista que vivía su “rebeldía”, porque quienes lo vigilaban estaban enclaustrados. Me toca reconocer que estoy desilusionado de la modernidad de Lady gaga y Rihanna. Se ama este mundo que nos odia.  Esos besos que damos y que odiamos, porque no hemos terminado de reconocernos como seres libres y responsables de nuestros actos y de nuestros besos. Porque cuesta tanto lograr re-aprender a amar sin sentir miedo, inhibición u obligación.

Dermesto

Pd.1. Esta nota libre tiene una segunda parte…
Pd.2. Agradecer la fotografía de Sofía Pichihua tomada de http://sientemag.com


domingo, 19 de febrero de 2012

Humberto: Entre el deseo sexual adolescente y el poder del adulto

¿Alguna vez te enseñaron cuando niño a no hablar con extraños? Yo era uno de esos niños. Uno que había aprendido a no hablar con ellos. Pero llegado los diecisiete y algo alejado de las enseñanzas de papá y mamá, me animé a dejarme sorprender por el primer abordaje que tuve de parte de un hombre de más o menos cuarenta años en la custer que me transportaba rumbo a mi clase en la academia de la avenida Arequipa, un viernes por la mañana. Era un sujeto viril, de porte atlético, piel morena y bigote. Llevaba unos lentes que le daba un aspecto poco correcto y deseable. A los diecisiete, en pleno proceso de superar la anorexia mi cuerpo aún se mostraba andrógino.

Todavía recuerdo cómo sucedió. Como de costumbre había tomado una custer de la línea Cinco Continentes, la famosa “5C” que hace un recorrido de Villa maría del Triunfo pasando por Miraflores, Lince, Cercado, San Juan de Lurigancho llegando a Jicamarca. No había mucho lugar dónde ubicarme, así que a donde fuese siempre sería incómodo. Antes di un recorrido visual para saber quiénes compartían conmigo la incomodidad. Ese ejercicio me había obligado a fijarme en la presencia de este sujeto: Humberto. Su nombre lo supe poco después, en el trayecto.

¿Qué ocurre con los cuerpos adolescentes? ¿Son todos ellos erotizantes para aquellos hombres “adultos” que practican su homoerótica? ¿Estará vinculado a la necesidad y oportunidad de ejercer poder sobre el desarmado adolescente? ¿Qué le espera al muchacho en este tipo de encuentros? ¿Qué le espera al adulto?

En principio es necesario reconocer que todo acto nuestro está bajo la mirada del otro y del otro a través de nosotros mismos. Nos miramos desde nuestras conciencias que también es la de los otros, aunque creamos que es muy auténtica. Los otros nos miran desde sus prejuicios y las instituciones.

Desde el 2006 las relaciones con adolescentes mayores de 14 años y menores de 18 también son penalizadas y consideradas atentados contra la indemnidad sexual. Lo que significa que el “consentimiento” del menor con este rango de edad queda anulado y él queda bajo el amparo de las instituciones judiciales y las normas. Las penas pueden ser y parecer desproporcionales si nos planteamos las mil y un situaciones bajo las cuales se desarrollan los posibles encuentros.

El mío no fue particular, seguramente. Humberto me vio en la custer que me llevaba a la academia de verano. Notó que había llamado mi atención y supo qué hacer. Me abordó feminizándome tomando cierto cuidado en su indiscreta forma de hacerlo conmigo y discreción para con los otros, sobre todo con las otras. Me dijo que le parecía atractiv”a” (siempre en femenino); y preguntó si me gustaría conocerlo. Que él no era una persona aventada, pero que yo lo había movido para atreverse. Estas palabras para alguien que está rumbo a la academia con 17 años y sin experiencia sexoafectiva previa podría constituir la oportunidad para alcanzar sus anhelos de ser percibido como un ser deseable sexoafectivamente o un desafío a su capacidad para verse así mismo libre sexualmente frente a otro. Pensarse desnudo y libre.

Yo acepté la propuesta de Humberto. Él sugirió todo. Tenía que estar a las 2.00 pm en punto en la cuadra cinco de la misma avenida.

Ya en clase… No recuerdo una sola frase de mis profesores. Estaba nervioso. Tenía mil temores. Mi imaginación jugaba conmigo cada instante. Me retrataba situaciones surreales y fatalistas. Temía ser descubierto, ser violentado… También sentía culpa de lo que haría.

Ese día en los intermedios de cada clase yo era otro y trataba de no dejar notar mis nervios. Al finalizar la clase, como nunca, salí con prisa y caminé pesadamente y con dificultad por los temblores en las piernas. Sentía que la gente que me miraba de frente sabía lo que haría. Yo deseaba experimentar el momento. No era Humberto, pudo haber sido cualquier otro. Era una necesidad mía y los fantasmas también eran míos. Aprisionaban mi conciencia adolescente alimentada por discursos tradicionales que vinculan el deseo carnal con lo abyecto y lo deshonroso. Así me sentía con cada paso que daba.

Una vez frente a él, con 20 minutos de retraso y sin poder calmar el temblor de mis piernas. Lo primero que recibí a modo de bienvenida fue una llamada de atención. Debo comportarme lo más “masculino” posible cuando camine al lado de él. Debo guardar postura y compostura frente a la mirada de los otros y las otras. No desea que noten para qué nos citamos. No desea que noten que él me desea. (Algunas veces todavía es así).

Caminé tras de él con dificultad rumbo a la avenida Arenales. El trataba que mantuviéramos el mismo ritmo. Llegamos a un edificio al lado de consecutivos chifas. Un enorme pasillo, un ascensor; entonces él fue amable y por fin preguntó: -¿Cómo estás? También dijo: -Creí que ya no llegarías. El temblor de mis piernas logró contagiar mi cuerpo entero. Entonces me besó. Creo que buscaba relajarme a través de sus besos y así fue.

Las relaciones sexuales también son mediadas por el poder. El poder de hacer que las almas se liberen o el poder de aprisionarlas por completo.

Era todavía 2002, así es que mi encuentro sexual “consentido” no fue peligro para Humberto que también estaba aprisionado por la censura del adultocentrismo que concibe la sexualidad como un ejercicio de libertad garantizado por un DNI. Actualmente un adulto que tiene un encuentro sexual con un menor de edad de este periodo adolescente, comete un delito repudiable. Las figuras punibles son la de seducción, actos contra el pudor y la violación sexual.

Pero no caigamos en perspectivas individualistas. Habíamos dicho que todo encuentro sexual encierra en sí un ejercicio de poder. Pensar el ejercicio de la libertad sexual como bien jurídico y legítimo derecho de las personas, no supone necesariamente alcanzar la mayoría de edad legalmente reconocida, sino lograr capacidades y condiciones que cada persona debe poseer para involucrarse en un proceso de negociación del cómo se materializa el deseo sexual, la erótica de uno en relación al otro y viceversa.

Debo reconocer que la perspectiva con que se construyen las normas en este país es heterosexual, así que muchos casos de grave delito contra menores de edad por personas de su mismo sexo quedan atrapados en el prejuicio de la heteronorma que convierte en ciego a la Ley, en víctima al menor y en impunidad al delito.

Ahora, ya pasado los años, hubiera deseado que haya otras condiciones en mí y en el entorno para amar por ese único instante el cuerpo de Humberto. Luego de ello y a pesar de haberme dejado su número de telefóno (yo tendría el mío propio varios años después) no volví a verlo salvo alguna vez por la casualidad que entrecruza las alocadas custers en la avenida Arequipa.

Por eso tal vez cuando niño no hablabas con extraños, pero llegado el fin de la adolescencia y entrada la juventud comienzas a acostarte con ellos.

Dermesto

Pd. Para mayor información en cuanto a los delitos contra la indemnidad sexual de adolescentes mayores de 14 y menores de 18, puedes consultar el completo y breve artículo de José Balcázar Ángeles en: http://blog.pucp.edu.pe/item/26603/apuntes-en-torno-al-delito-de-violacion-sexual